- Gourmet
- 157 me gustas
- 1005 vistas
- debonair
Etiqueta vino Debonair de PdH Pazo de Hermo
Escribe Hermo & Crujeiras
Aquí contamos la historia del origen de la etiqueta de nuestro vino Debonair, de PdH Pazo de HermoDebonair de PdH Pazo de Hermo surge del interés en recuperar el uso de la variedad Loureira, tradicional en los vinos de O Rosal, y ahora en desuso debido a que para obtener un buen producto se requiere de una baja producción. Este potencial se complementa con la variedad Treixadura, aportando cuerpo y reduciendo acidez. Un 80% de Loureira y un 20% de Treixadura crean un vino varietal redondo.
ELABORACIÓN
Esta Loureira sale de tres fincas, del O Rosal y Mañufe (Gondomar), en la que tenemos un especial cuidado en la producción, eliminando en Julio entre un treinta y un veinte por ciento de ella, consiguiendo una mayor maduración y estructura, ya que la Loureira tiende a ser muy ligera y madurar poco.
NOTA DE CATA
Nariz muy intensa. Toques herbáceos (ruda y balsámicos) y florales, característicos de la Loureira de O Rosal.
Boca muy fresco y sabroso, con un toque ácido, agradable y persistente.
Debonair de PdH Pazo de Hermo resulta ser un vino muy fino, agradable y muy Elegante
Presentado en caja de MADERA Y BOLSA DE TELA un regalo ideal para disfrutar de los sabores de los productos de Galicia.
ESPECIAL PRODUCTOS ARTESANALES GALLEGOS DE PDH PAZO DE HERMO. Galicia son sabores, son productos de la tierra y del mar, productos tradicionales, productos de calidad. Galicia es sentarse en una gran mesa de amigos a charlar, a recordar y a degustar las comidas tan propias de esta tierra, comidas únicas y tradicionales. PdH se propone aprovechar al máximo todos los recursos que posee Galicia y potenciar a la vez su imagen como foco de atracción cultural y turística único en el mundo.
Salvar el Debonair, Corrubedo un pueblo en misión humanitaria
Las crónicas dicen que en las horas que precedieron al amanecer de aquel miércoles de octubre hubo una gran borrasca. Esto en Corrubedo significa cuatro cosas: lluvia, viento, frío y un mar que mete miedo hasta de lejos. Y en una playa apartada como A Ladeira también significa una quinta: oscuridad… una oscuridad densa y húmeda como boca de lobo. Sin embargo, aquel miércoles de octubre aún hubo algo más. Un elemento extraño en la arena, ilógico como un nenúfar flotando en el desierto. Porque en medio de la noche oscura, junto al frío, la lluvia, el viento y la ira del mar, en la playa de A Ladeira sonó un llanto. El llanto de un bebé. Y ese bebé, Thomas, corría peligro.
Al viajero que al callejear por Corrubedo pase por delante de la iglesia quizá le llame la atención un monolito situado allí donde el ábside y el transepto del templo se dan la mano por su parte izquierda. En la estructura, una estela de piedra conmemorativa, destacan dos años (1960-2010) y dos dibujos en relieve. Una rápida lectura a la inscripción nos da una idea de su objeto: recordar la concesión de la medalla que la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos otorgó al pueblo en 1961. Pero, ¿cuál fue el motivo por el que una comunidad entera mereció tal distinción? Eso es lo que nos hemos propuesto explicar y, para ello, debemos viajar atrás en el tiempo. Así que nada. Montad en el Delorean de Marty McFly y fijad la fecha en el 26 de octubre de 1960. Arrancamos.
Dicen que el primero que lo vio fue Manuel Alvariza. Tras dar la voz de alarma, las campanas de la iglesia tocaron a rebato y un numeroso grupo de corrubedanos se precipitó hasta allí. Un yate había encallado en la playa de A Ladeira, cerca de A Ferreira. Al llegar los vecinos descubrieron algo más. Un agujero excavado en la arena y, metidos dentro de él, un hombre y una mujer que trataban mal que bien de protegerse del frío. Con ellos había un bebé: una criaturita de menos de un año. También un perro. Estaban desorientados. Ateridos. Y eran extranjeros.
Alejandro Reino, albañil, tomó la iniciativa. Se sacó la chaqueta y envolvió con ella al bebé para arroparlo y darle calor. Después llevó a los náufragos a su casa donde, con el auxilio de su mujer, María Enríquez, les prestó cobijo y alimento. No hablaban el mismo idioma pero y eso qué importa.
Resuelto lo esencial, quedaba otro asunto acuciante. Librar la maltrecha embarcación de los embates del mar. Y es aquí donde la hazaña adquiere dimensiones épicas pues cuentan que todo el pueblo (unas quinientas personas, se dijo) participó en el rescate: una operación que los vecinos encararon armados de su ingenio, su valor y esa fuerza imbatible pero rara que surge cuando medio millar de corazones laten a la vez por una misma causa.
Fue un entonces joven Gerardo Diz, Gerucho da Forneira, quien en un alarde de osadía nadó hasta el yate y lo sujetó con unas amarras para poder tirar de él. Aún hubo más. Con el fin de facilitar la movilidad del buque (nueve toneladas de buque) tuvieron una idea: construir una plataforma de madera que colocaron bajo el casco con la ayuda de unos gatos ferroviarios. Y también recurrieron a la tracción animal: la proporcionada por 40 vacas procedentes de dos familias labradoras del pueblo (los Barreiro y los Vizcaya) y de otras aldeas cercanas como Teira, Olveira y Seráns. Las crónicas afirman que en plena maniobra se desató un fuerte temporal de viento y a punto estuvieron de perecer cuatro marineros.
La escena merece por nuestra parte una pausa y una reflexión. En un tiempo de escasez, hombres, mujeres, niños, reses y un improvisado artefacto de madera trabajando dura, acompasadamente, arriesgando incluso la vida, hasta conseguir salvar las pertenencias de unos completos extraños sin esperar nada a cambio.
La proeza voló a las redacciones de los periódicos y en los días siguientes una bandada de reporteros acudió hasta el pueblo para narrar esta historia. Una historia que era una demostración de generosidad sin límites y una lección de trabajo en equipo, porfía y superación. Ya lo predijo Adidas cuarenta años después. Impossible is nothing.
Gracias a aquellas noticias hoy podemos reunir un buen fajo de datos sobre los tres naufragados. Él era William O. Davis, de 39 años, californiano y ex combatiente mutilado de la guerra de Corea. Ella era su esposa Heather, de 25 y nacionalidad británica. El pequeño era el hijo de ambos, Thomas, de solo nueve meses. Y el yate era el Debonair (o sea Elegante), una embarcación de finales del XIX y bandera inglesa que se movía a vapor y a vela. Del perro ignoramos el nombre.
La familia había zarpado del puerto de Farmouth, en el vértice inferior izquierdo de la isla reinada por Isabel II (han cambiado muchas cosas desde entonces pero esta no está entre ellas) rumbo a las Bahamas, donde a William le esperaba o tenía expectativas de conseguir trabajo en una factoría dedicada a la construcción y reparación de barcos de recreo. Lo avalaba su experiencia en la Marina, donde había servido como mecánico especializado durante 18 años.
La madrugada del 26 una galerna se cruzó en su camino. El californiano hizo todo lo posible por mantener el rumbo y encontrar un puerto donde refugiarse, pero un golpe de mar rompió la caña del timón y los condenó a la deriva. No sabemos cuántas horas pasarían a merced de las olas, pero sí que la marea terminó por abocar el Debonair a la playa de las dunas (desde nuestro punto de vista tuvieron suerte, se libraron de zozobrar en los bajos). Los tripulantes decidieron arrojarse al agua.
Cuentan que fue Heather la primera en lanzarse con la intención de explorar la zona en mitad de la tormenta nocturna. Y que después ayudó a su marido William, cojo y ex combatiente en Corea, a saltar del barco. Y que en el afán de salvar a su hijito, lo metió en una bolsa de lona que sujetó con los dientes (¡con los dientes!) mientras bregaba por llevarlo a la playa. Y que a continuación fue a por el perro. Y que ya en la arena, extenuada, fue ella quien cavó el agujero con sus manos, pues William había sumado nuevas heridas a sus secuelas de guerra, primero en el intento de conducir el yate bajo el temporal y después en su lucha por tocar tierra. Heather es, sin duda, la otra gran heroína de esta historia.
La estancia de los náufragos en casa de los Reino se prolongó. Allí recibieron todo tipo de cuidados, sobre todo de sus anfitriones, María y Alejandro, que los trataban como tres más de la familia en compañía de sus hijos. Allí acudió gente de otros núcleos que chapurreaba el inglés para darles conversación. Allí celebró el rubio Thomas su primer cumpleaños. Desde allí salieron de excursión a Santiago. Y hasta allí se debieron de dirigir, creemos, los cónsules de Estados Unidos y Reino Unido que, al decir de la prensa, ofrecieron una ayuda que los Davis declinaron pues todas sus necesidades estaban siendo cubiertas por el vecindario del pueblo. Es más. Ni siquiera gastaron los 500 dólares a que ascendía el (magro) monto de su capital.
Cuatro meses después, llegó la hora de la partida. El fin del invierno se estaba acercando a esta parte de Poniente y, pasado lo peor, la idea era navegar hasta un astillero de Vigo para reparar el barco. Había que sacarlo por tanto de nuevo al mar.
Otra vez el pueblo hizo gala de su talante humanitario. En la tarea de remolcar el Debonair mar adentro colaboraron tres embarcaciones: los racús Pinocho y Rápido (de tío Higinio y José do Son, respectivamente) y una baca de Os Agudos de Aguiño. Podemos tratar de imaginarlo. Los tres tripulantes haciéndose más y más pequeños hasta perderse de vista en su camino hacia Vigo, donde el yate se lamerá las heridas para reanudar su rumbo lento y transoceánico en dirección a las Bahamas: las islas donde William Oscar Davis esperaba vivir su sueño antillano perfumado por el calafate de los barcos de recreo.
Aquel fue un adiós sin retorno.
La historia no acaba aquí, por supuesto. Pocos meses después, al principio del verano, Corrubedo será distinguido con la medalla de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos: institución fundada en 1880 por un hijo de Madrid con apellido gallego, Martín Ferreiro Peralta, a imagen y semejanza de la muy británica Royal National Lifeboat Institution y que desempeñó un valioso labor hasta 1971, año en que se diluyó en la nueva Cruz Roja del Mar. Cuentan, pero no sabemos si es cierto, que la enseña fue entregada por el mismísimo ministro de Marina (que si wikipedia no falla fue un tal Felipe José Abárzuza, almirante que, mira tú por dónde, representó al estado español en la boda de Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia en Atenas 1962).
Donde sí estamos seguros de que hubo autoridades (municipales, alcalde incluido) fue en la inauguración en 2010 del monolito de piedra con relieve de bronce situado junto a la iglesia: acto central de entre los promovidos por el Club de Pensionistas y Jubilados para homenajear el medio siglo del épico rescate (quede constancia aquí del autor de la obra: Jontxu Argibay, joven escultor de la zona con poképarada en Castiñeiras). Los fastos conmemorativos también incluyeron la publicación de un libro: Corrubedo, Lenda e Cultura, escrito por José Romay Brión, José de Valiño, antiguo cartero del pueblo. Tenía 27 años en el momento del naufragio y tras 78 primaveras mucha vida que contar. De hecho, José de Valiño había sido llamado por una periodista de Faro de Vigo para que rememorara el suceso, al igual que le ocurrió a Agustín Reino, hijo del ya fallecido Alejandro, que en su caso fue reclamado por La Voz de Galicia.
De una y otra noticia, de unos y otros recuerdos, hemos sacado provecho. Y hay algo que nos ha llamado la atención. El leve tono de decepción, de tibio reproche, que destilan ambas entrevistas hacia los náufragos, que nunca más volvieron ni se interesaron por quienes con tanto cariño y a costa de tanto esfuerzo les habían cuidado.
Pero aquí lo dejamos [por cierto, ¿sabéis dónde está ahora la medalla? otro día lo contamos]. Ponemos punto y final a esta hazaña increíble que hemos intentado relatar lo mejor que pudimos y de la que tanto orgullo sentimos los corrubedanos.
Y decimos adiós para siempre a la familia Davis: a William, a Thomas y a la valiente Heather, a quienes despedimos marchándose en su yate, en ese Debonair/Elegante que ya es un poco de todos, alejándose, empequeñeciéndose, desapareciendo, legándonos únicamente la estela, solo eso, una estela cada vez más tenue… más y más tenue. Hasta no quedar rastro.
Hª Debonair
El DEBONAIR estaba tripulado por William Oscar Davis de 39 años nacionalidad americana, su esposa Heather St. Clair Davis de 25 años nacionalidad inglesa y de su hijo de nueve meses Thomas, un perro y un gato. Era la primera vez, que los vecinos veían a un perro cubierto con ropa hecha de su talla y forma. Alejandro Reino Bretal y su esposa María Enríquez Pérez, los acogieron en su casa, durante todo el tiempo, desde el naufragio hasta su partida a Vigo. Gerardo Diz Garrido, conocido por Gerucho da Forneira, se brindó a transportar a nado las estachas hasta el DEBONAIR, para poder tirar desde tierra y poner a salvo el yate.
Para arrastrar el yate a tierra firme y poder repararlo, además de los vecinos del pueblo de Corrubedo, se necesitaron 16 parejas de vacas. Y lo arrastraron, sobre tablones (traviesas de ferrocarril conseguidas por Luis de la Peña) por la arena de la playa, hasta el lugar más protegido. Entre los labradores que prestaron su ganado, estuvieron: los del Barreiro, los de Vizcaya, los del Fancholés, y labradores de los lugares de Seráns, Teira y Olveira. Después de la primera reparación en la playa, llevaron estachas en una gamela Fernando el Campelés y José do Son, a tres barcos que lo remolcaron mar a dentro. Estos tres barcos fueron: los racús de Corrubedo, el PIROCHO de tío Higinio, el RÁPIDO de José do Son y una Vaca de los Gudes de Aguiño.
Las mujeres de Corrubedo participaron haciendo la zanja en la arena con azadas, para que los barcos pudieran arrastrarlo con menor dificultad. El palo fue llevado desde el lugar del naufragio hasta el almacén de los Casqueiros por el carro de Francisco el Fancholés. Una vez a flote, el yate fue llevado al puerto de Corrubedo, en donde estuvo amarrado por un tiempo, en el fondeo de David de la Barreira. Desde el puerto de Corrubedo, pasó al puerto de Ribeira, dónde estuvo amarrado varios meses; y desde ahí, a unos astilleros en el puerto de Vigo. Y desde ahí, continuó su singladura hacia las Indias Occidentales. Al llegar allí, tomaron la decisión de venderlo para poder regresar a los Estados Unidos.
Siendo Capitán General del Departamento Marítimo de Ferrol, el Sr. D. Pedro Fernández, Gobernador Civil de la Coruña, el Sr. D. Evaristo Martín Freire, el comandante Militar de Marina, el Sr. D. Antonio Rodríguez-Toubas y Vázquez, y alcalde de Ribeira el Sr. D. Álvaro Landeira Martínez, el día 6 de Septiembre de 1961 se impuso la medalla de plata de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, en el manto de la Virgen del Carmen, en un acto público en el puerto de Corrubedo.
MEDALLA concedida al pueblo de CORRUBEDO. Era la primera vez, que se concedía una medalla de salvamento colectiva en España. A fecha de hoy sabemos que el matrimonio William Oscar Davis y Heather St. Clair Davis fallecieron. Pero, dentro del dolor de saber que ya no están con nosotros, tenemos la suerte de saber que viven sus tres hijos Thomas, Charles y Katheryn.
Este año 2019 su nieta Hanna, hija de Kay, disfrutará y conocerá Corrubedo. El compás de la foto (Co24 Henry Browne & Son, de Barking de Londres no 5278) perteneció al Debonair. Se lo regaló Wiliam Oscar Davis, dueño del yate Debonair, a José Romasanta (José do Son) y desde esa fecha 1.961, dio servicio en tres barcos de su propiedad: El Rápido, Mari Carmen y el Forcado. Y a fecha de hoy, es propiedad de su hijo José que lo guarda con mucho cariño.
DATOS Y FOTOS RECOPILADAS POR FERNANDO VILARIÑO.